15 de abril de 2025

LA PALABRA

LA PALABRA. Recuperar el lenguaje, fortalecer el sindicato

Volver a hablar con sentido es una tarea urgente, ética y profundamente política.

El deterioro de la conversación pública y la banalización del lenguaje político también han calado hondo en el mundo del trabajo. Hoy más que nunca, el sindicalismo -como expresión colectiva de derechos, luchas y conquistas- necesita recuperar la potencia formativa de las palabras. El debate público se empobrece, se vuelve superficial, se vacía de contenido. La palabra pierde fuerza, y con ella, la capacidad de construir comunidad, conciencia y horizonte común.

Durante décadas, la política -y dentro de ella, el sindicalismo- supo forjar identidad y compromiso a través de la palabra clara, justa, argumentada. La oratoria sindical no era solo grito ni denuncia: era escuela, era pedagogía popular, era conciencia de clase compartida. Hoy, ese legado corre el riesgo de diluirse en el ruido, en el insulto fácil, en la consigna vacía o en la repetición sin sentido.

El historiador Tony Judt, en El refugio de la memoria, nos recuerda a George Orwell y su crítica al lenguaje manipulado, usado más para desconcertar que para informar. Pero Judt va más allá y advierte que ya no hablamos mal por mala fe, sino por inseguridad intelectual. No sabemos bien qué pensamos, y por eso no sabemos bien cómo decirlo. En el movimiento sindical, esto también nos interpela: sin pensamiento claro, no hay palabra potente. Y sin palabra potente, no hay sindicato con voz propia.

Recuperar el lenguaje en clave sindical no es nostalgia: es una necesidad política. Porque sin palabras que eduquen, que iluminen, que nombren con justicia, el movimiento se debilita. Las palabras del trabajo deben ser herramientas de formación, no solo de resistencia. Tienen que abrir caminos, construir certezas compartidas frente al bombardeo de desinformación y prejuicio. Tienen que decir "nosotros" donde otros siembran sospecha e individualismo.

El también historiador Peter Burke, en su libro Ignorancia, advierte que lo más peligroso no es solo no saber, sino no saber que no se sabe. Esa ignorancia arrogante -la que grita más fuerte cuanto menos entiende- es una amenaza real. En el mundo del trabajo, esa ignorancia desprecia el saber acumulado, se burla de la experiencia, niega el dato. Es combustible para la fragmentación, para el "sálvese quien pueda", para la destrucción de la solidaridad.

Por eso, hoy más que nunca, el sindicalismo debe volver a ser escuela. Escuela de palabras, de ideas, de proyectos. Las palabras no son un lujo: son nuestra materia prima, nuestra forma de estar y actuar en el mundo. Cada discurso, comunicado o consigna debe tener vocación pedagógica, ética y transformadora. No se trata de hablar bonito: se trata de hablar con sentido, con verdad, con propósito.

Las palabras pueden ser refugio o trinchera, consuelo u horizonte. En ellas están nuestras convicciones y nuestra dignidad. Frente al ruido, claridad. Frente al odio, inteligencia. Frente a la banalidad, palabras que ofrezcan dirección y esperanza.

Hoy, en tiempos de mentira organizada y banalidad celebrada, nada más radical que volver a hablar con verdad, con respeto, con memoria. Nada más revolucionario que un lenguaje del trabajo que no renuncie a formar, a pensar, a unir.

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