7 de febrero de 2025
Estudios muestran la relación entre sindicatos fuertes y mayor igualdad social. Entretanto, la tendencia actual va en sentido contrario.
Existe una relación entre el nivel de sindicalización de los países, es decir el porcentaje de trabajadores que están afiliados a un sindicato, y el nivel de igualdad de esas sociedades. En ese sentido, en las últimas décadas lo que se observa a nivel mundial es la tendencia contraria, es decir: un crecimiento de la desigualdad y un decrecimiento de la sindicalización.
Por ejemplo, un estudio del Instituto de Investigaciones Santa Fe, en Estados Unidos, publicado en agosto de 2020, muestra cómo la reducción de los sindicatos ha facilitado un aumento significativo en las brechas de ingresos, con impactos profundos en la sociedad.
En el caso estadounidense, la sindicalización cayó del 25% en la década de 1970 a apenas un 10% en la actualidad. Esta reducción coincidió con un fuerte crecimiento de la desigualdad, impulsado principalmente por el aumento de los ingresos del 10% más rico. Mientras que en 1980 este sector concentraba el 32% de los ingresos totales, para 2015 ese porcentaje se había disparado al 47,8%. Esta tendencia contrasta con el período de mediados del siglo XX, cuando la distribución de la riqueza era más equitativa y los sindicatos tenían un papel protagónico en la negociación colectiva y en la defensa de los derechos laborales.
Pero este fenómeno no es exclusivo de Estados Unidos. Investigaciones en otras regiones, incluidas Argentina y Europa Occidental, confirman que la debilidad sindical es un factor crucial detrás del avance de la desigualdad. Por ejemplo, según datos de la OIT, la sindicalización en Argentina cayó del 42% en 2001 al 27,7% en 2014. A pesar de este declive, durante el período 2003-2014, las políticas laborales y la negociación colectiva permitieron reducir la desigualdad en el país. Sin embargo, la actual tendencia a la informalidad y la llamada "uberización" de la economía representan nuevos desafíos para los trabajadores y sus organizaciones.
Desde hace algunas décadas, algunos estudios como los del Fondo Monetario Internacional (FMI) refuerzan esta perspectiva, señalando que los sindicatos no solo benefician a sus afiliados, sino que también generan impactos positivos en la distribución de ingresos a nivel general. Un informe de 2015 destaca que la reducción del tamaño de los sindicatos y la globalización financiera han sido factores determinantes en el aumento de la desigualdad.
El contraste entre Europa Occidental y Estados Unidos también ilustra cómo las políticas públicas y las instituciones impactan en la desigualdad. Mientras que en ambos el 1% más rico concentraba un 10% de los ingresos totales en 1980, para 2016 esta cifra había crecido al 20% en Estados Unidos, pero solo al 12% en Europa Occidental. La fortaleza relativa de los sindicatos en Europa parece haber jugado un rol importante en moderar este fenómeno.
En este contexto, resulta evidente que los sindicatos son actores centrales para construir una sociedad más igualitaria y democrática. Su capacidad de articular demandas colectivas y equilibrar las relaciones de poder económico resulta necesaria para frenar el avance de la desigualdad y mejorar las condiciones de vida de los trabajadores.
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