A pesar de que la Unión Tranviarios Automotor (UTA) no se sumó al paro general convocado por la CGT, la medida de fuerza se sintió con fuerza este jueves 10 de abril en todo el país. La protesta refleja un creciente malestar social frente a las políticas del gobierno de Javier Milei.
Los principales reclamos de la central obrera -paritarias libres, homologación de acuerdos salariales, freno a los despidos y rechazo al modelo de ajuste y desindustrialización- parecen contar con un respaldo amplio entre los trabajadores y buena parte de la sociedad. La combinación de despidos masivos, caída del salario real e inflación persistente alimenta el descontento. Solo en marzo, los precios de los alimentos subieron un 4,7% en la Ciudad de Buenos Aires, mientras el Gobierno nacional mantiene un torniquete sobre las negociaciones colectivas, impidiendo la homologación de acuerdos con aumentos por encima del 1% mensual.
Pese a la decisión de la UTA de no plegarse al paro, el impacto en el transporte fue notable. Las unidades circularon, pero semivacías, cumpliéndose así el pronóstico que había lanzado un día antes el secretario general de UPCN, Andrés Rodríguez. "Mañana va a haber colectivos, como sucedió el 9 de mayo pasado, que había colectivos pero estaban vacíos", había advertido en declaraciones a AM530.
La jornada de protesta se inscribe en un contexto de conflictividad social creciente. Para muchos trabajadores, el paro general fue una forma de canalizar el hartazgo frente a un modelo económico que, lejos de estabilizar, profundiza la desigualdad.