20 de enero de 2025

Anarcocapitalismo

Anarcocapitalismo. Trump y Musk, la oligarquía antisindical en la cima del poder global

El gobierno naciente de Estados Unidos es expresión de la oligarquía de las empresas tecnológicas.

por
Juan José Aiello

Donald Trump ha llegado al gobierno por segunda vez. Su estilo disruptivo y radical ya no es una novedad, ni para Estados Unidos ni para el resto del planeta. Sin embargo, esta segunda presidencia tiene una novedad insoslayable en la figura del mega multimillonario Elon Musk, uno de los hombres más ricos del mundo y que estará al frente del Departamento de Eficiencia Gubernamental, a cargo de reformar el estado, prometiendo reducirlo drásticamente en supuesto beneficio del sector privado.


Musk no es un empresario cualquiera. No solo porque sea uno de los más ricos del mundo, sino fundamentalmente porque es un representante de lo que el presidente saliente, Joe Biden, llamó nueva oligarquía tecnológica, y respecto de la cual lanzó algunas advertencias respecto a su poder (aunque un poco tarde según muchos comentaristas). El choque de Musk con la justicia brasileña es todo un ejemplo de cómo estos súper poderosos de la tecnología comienzan a colisionar con Estados soberanos. No se trata ya, como antiguamente, de Estados operando en favor de grandes empresas (en la región podemos hablar de la United Fruit cuyos intereses siempre estaban respaldados por el Estado norteamericano), sino directamente de empresas con poder de accionar más allá del poder del Estado.


El enorme poder que están acumulando estos gigantes queda plasmado por ejemplo en la carrera espacial entre Musk y Jeff Bezos, retratada en un par de documentales de Netflix y... Amazon (propiedad de Bezos). El economista y exministro griego Yanis Varoufakis, en su libro Tecno-feudalismo, cuenta que estamos camino a un mundo postcapitalista, en donde la economía global se está aproximando a lo que era la Edad Media. Las grandes empresas tecnológicas ocupan el lugar de señores feudales, dueñas de los territorios tecnológicos, y los usuarios de esas tecnologías son los nuevos ciervos, que ofrecen gratuitamente sus datos a cambio de acceder a las plataformas.


Uno de los grandes temas que plantea el tecno-feudalismo es el control y el poder social que tienen los propietarios de las empresas sobre los usuarios, por ejemplo definiendo qué podemos ver y que no. Un desafío para las democracias, como siempre ha resultado de las nuevas tecnologías, en particular de comunicación, pero ahora con una vuelta de tuerca más, por el poder y concentración de las empresas tecnologicas así como su manifiesta ideología, que a diferencia de otros magnates tecnológicos (por ejemplo Bill Gates) no pretendían influir directamente en el sistema político y la vida social en general.


Pero además, tanto Trump como Musk son exponentes del antisindicalismo en boga en gran parte del empresariado mundial y reflejado en distintos movimientos políticos. Los libertarios en Argentina son la expresión local actual, pero ya lo era en gran medida el Pro de Mauricio Macri y Patricia Bullrich entre otros.


Musk es conocido por no permitir la sindicalizaciones sus empresas. Al mismo tiempo que el empresario se vende como un innovador y vanguardista, reproduce prácticas laborales anticuadas, de explotación, tareas repetitivas y jornadas extensas, sin permitir la organización de los trabajadores en sindicatos. Un combo que nos retrotrae a los inicios de la revolución industrial, cuando la jornadas alcanzaban hasta las 16 horas y trabajaban hombres, mujeres y niños por igual, entre otros flagelos. Testimonios de trabajadores en Tesla y SpaceX, ambas de Musk, describen condiciones laborales extenuantes y una cultura de miedo, marcada por despidos de activistas sindicales y represalias contra quienes intentan organizarse.


Trump, por su parte, podría ser considerado un político con un discurso en favor de los trabajadores, pero con un historial en contra de los sindicatos y las medidas de fuerza. El año pasado se manifestó a favor de despedir trabajadores por hacer huelga, algo violatorio de la legislación. También ha dicho estar en desacuerdo con el pago de las horas extras trabajadas y ha llegado a decir que los trabajadores no debían pagar las contribuciones sindicales. No obstante, este perfil antisindical de Trump estuvo marcadamente solapado durante la campaña del año pasado.




Cuando el año pasado tanto Trump como Musk dijeron que había que despedir a los trabajadores en huelga, el sindicato United Auto Workers (UAW) presentó cargos formales contra ambos alegando violaciones a la Ley Nacional de Relaciones Laborales (NLRB). Pese a la ilegalidad de sus declaraciones, Trump justificó sus palabras como una "maniobra política" y atacó al UAW calificándolo como un "sindicato con intereses especiales demócratas", en referencia al partido de Joe Biden y Barack Obama entre otros.


La combinación de amenazas públicas, propuestas regresivas y desafíos legales plantea un escenario preocupante para el movimiento sindical y los derechos laborales en Estados Unidos. Trump y Musk representan una visión que prioriza los intereses empresariales sobre las necesidades de los trabajadores, debilitando la capacidad de estos últimos para negociar colectivamente y mejorar sus condiciones de vida. Es decir, plantean una dicotomía total e intereses excluyentes entre empleadores y empleados.


En verdad, lo antisindical no es más que otra arista de una ideología que propugna la supremacía absoluta del capital, sin restricciones ni por parte del Estado ni de ninguna otra organización. Un anarcocapitalismo en donde no tiene lugar la armonización del capital con el trabajo. No obstante, es el mismo Musk el que ya ha pedido aranceles para la importación de los autos inteligentes chinos, contra los cuales Tesla no tiene ninguna chance de competir por su calidad y bajo costo. En resumidas cuentas, lo que la nueva oligarquía emergente pretende es un Estado que no intervenga. Que no intervenga... salvo que sea en favor de ellos.


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